"Selva de neon" ó "La prueba contundente de que yo si desciendo del mono" ó "Let's go surfing, Santa!"

En Pandora, la luna donde se desarrolla “Avatar” hay una selva que de noche no es obscura sino todo lo contrario: los árboles, arbustos, la hierba cuando la pisan y hasta las semillas, así como muchos animales brillan con tonos neon, ofreciéndole a los ojos un espectáculo de luz alucinante y hermoso. Este sortilegio lumínico por si solo exonera en mi opinión a Avatar de la enclenquitud de su guión.

Tal vez debido a la escasa evolución de mi cerebro que conserva notorios rasgos de su herencia paleolítica, es que me rechiflan tanto los colores brillantes y todo tipo de lucecitas, y reflejos, sean naturales o no. Mientras veíamos la película andaba mi mente fantaseando con la idea de cómo seria caminar por entre esa delirante selva extraterrestre. Avatar ocurre en el año 2154, así que calculo que tendré escasas probabilidades de un día averiguarlo. Lastima.

Pero mientras la humanidad descubre la manera de alargarse la vida a 200 años, de viajar en el futuro, o de trasladarse cuánticamente hacia sitios muy remotos en un chasquido –lo que ocurra primero-, tenemos a la vuelta de la esquina un modesto sucedáneo de lo que seria caminar en medio de una selva eléctrica: La exhibición anual de luces de la Calle de Los Dulces.

En otros años los vecinos adornan sus viviendas desde principios de diciembre, pero este, quizás por el clima, quizás por la crisis o ambas cosas, la calle se mantuvo obscura y calladita hasta la semana pasada. Ayer me escape con Trying a recorrerla y fue una linda sorpresa ver que había tantas o más luces y mirones que en años anteriores.

Es un poco complicado sacar una panorámica decente pero Candy Lane se parece a algo como esto


Tengo la certeza de que estas paletotas las fotografié también el año pasado. Lo cual indica dos cosas: que mis gustos no han cambiado y que esta gente no tira a la basura sus adornos año con año. Ambas cosas me parecen bien.


“Joy” (Gozo) dicen estos pingüinitos. Este vecino compró su casa apenas, aprovechando las ofertas de la crisis y hace su debut en Candy Lane.


Santa no solo es un viejo gordo que se cuela como ratero en las casas aprovechando la obscuridad, es un tipo culto que gusta de la lectura en el entretiempo. Buen ejemplo, niños

Este gatito anciano era la estrella del show. Haciendo el papel de anfitrión salió al portal de su casa a recibir las caricias de todos los paseantes.

Cuando llegué con Trying, vivíamos en una diminuta casita rentada a media cuadra de “distrito histórico” donde se encuentra Candy Lane y honestamente es una de las zonas mas lindas de la ciudad. Trying piensa que si un día comprásemos una casa le gustaría que hacerlo ahí. Yo le pregunte mientras caminábamos que si adornaría en navidad como esta gente si su deseo se cumpliera y me dijo que si. El frente de nuestro departamento es apenas una escalinata angosta sin espacio que adornar, así que quien pase frente a la puerta pensara que somos chinos, judíos, musulmanes, ateos o unos amargos porque no hay ni un mísero foquito. Pero detrás, pusimos un par de series que si bien no son espectaculares, hacen que el balcón se vea lindo, aunque solo podamos verlo nosotros.

Un show modesto, pero bien nuestro.

Si un día nos avecindamos en Candy Lane, no prometemos selvas de neon, ni gigantescas figuras inflables, ni trenes eléctricos, ni decoración tipo Las Vegas, pero idearemos la manera de no desmerecer.

Por lo pronto, un Santa al estilo más sudcaliforiano posible, dió el broche final a nuestro tour anual a Candy Lane, deseándonos a todos una muy feliz Navidad.

Mi duda es: ¿Moverá la pancita por un peso?