Hay cuatro o seis semanas del año en que el sol se pone directamente frente a la ventana del balcón, precisamente los días cercanos a los equinoccios de primavera y otoño. Esos días la sala de la casa se inunda de una hermosa luz amarilla.
La sala se vuelve un horno con las puertas cerradas y las cortinas replegadas, los gatos se refugian a dormir en el lugar más fresco de la casa: debajo de la cama. Por estas fechas de septiembre yo soy quien llega primero a casa. Esta foto la tomé hace como 15 días, mientras esperaba a que el viento aplacara el calor. Cuando yo llego y Trying no está, los gatos y yo tenemos un acuerdo silencioso, ellos salen al bacón a tomar el fresco y yo me siento unos minutos aquí sin hacer ruido. El silencio que cobija la casa en esos días de sol es amarillo también.
Otros años el sol nos ha regalado escenarios hermosos al atardecer pero este ha sido un año de cielos mas bien grises y mucha neblina; Las pocas tardes en que ha decidido sacudirse la timidez han sido tardes desiertas de nubes. Cuando se queda solo, él saca su gran plumón amarillo, dibuja una puerta y escapa por ella en silencio. El mismo silencio con el que los gatos y yo esperamos que Trying, ese otro sol que sale por el este cuando cae la tarde, llegue con su poderosa luz a iluminar la casa y nuestra vida.
Junio, septiembre, este año o el pasado, es igual. Estas tardes amarillas el sol tampoco anota nada en su blog.
Este año ha sido el año de la luna, casi toda la magia y la belleza del cielo han sido responsabilidad suya. Yo la espió, trato de atraparla, pero la luna y el sol tienen personalidades diferentes, a ella no le gustan posar, huye, voltea la cara cuando se abre el obturador, nunca la veras diciendo “cheese” para la foto. A ella hay que tomarla por sorpresa, descuidada, de otro modo lo único que obtienes es una mancha, un destello difuso que difícilmente se distingue de un avión o el foco de una luminaria publica.
Hace unos días tuve que irme a trabajar antes de lo acostumbrado. Desperté y salí junto con los gatos, sin hacer ruido para no despertar a Trying. Cuando ibamos hacia cocina me asome al bacón y ahí la vi, conversando con una vieja amiga. Ninguna de las dos se dió cuenta de que las estábamos viendo. Les tomé esta foto.
La luna, amarilla y calladita, se estaba despidiendo. En silencio también, los gatos y yo volvimos nuestros pasos, cerramos la puerta y esperamos en la cocina a que Trying, esa otra luna que sale por el sur al amanecer, inundara con su luz la casa y nuestras vidas.