Garantía constitucional

Estuve pensando en porque, cuando fuimos de viaje a como Portland, Xalapa, Nueva York, y Puebla me la pasé sacando fotos a diestra y siniestra de las calles, de la gente, de la mosca que iba pasando y cuando vamos al DF no. Creo que lo que pasa es que cuando estamos habituados a un lugar, lo que encontramos ahí no nos sorprende, lo vemos normal o hasta feo. En cambio cuando conocemos un sitio nuevo, cada vuelta a la esquina es un descubrimiento, una aventura. Creo que los neoyorkinos, los portlandíes, los jalapeños y los poblanos deben pensar al ver gente tomando fotos de todo “pinche turista baboso”

Y creo que cualquier visitante de fuera que anduviera vagando sin rumbo por el DF, pensaría como yo he pensado de las calles de otras ciudades, que lo que mira es hermoso y habría también sacado fotos.

Ir a tu ciudad, vagar por ella, puede ser como mirarse al espejo cuando tu autoestima es baja: magnificas tus arrugas, las bolsas debajo de los ojos, los dientes imperfectos, la piel reseca o el cabello que nunca te obedece, para al final salir a la calle convencido de que el mundo huirá al tener enfrente al esperpento que eres. Esta vez llevamos con nosotros un par de viajeros con los ojos ávidos de ver la capital y mi perspectiva fue distinta: ví una cuidad hermosa, con calles memorables que se convertían en una emoción a cada esquina. Y me sentí feliz.

En la adolescencia todos deberíamos tener la oportunidad de invitar a alguien a viajar por dentro de nosotros. Tal vez a través de su mirada, nos convenceríamos de que no somos tan feos y nos evitaríamos muchos complejos  posteriores.

El derecho de acceso a la belleza, debería ser una garantía constitucional.