20081021

Papelera llena


Ya antes había intentado escribir. Al principio lo hacia en cuadernitos de hojas cuadriculadas que compraba especialmente para ello y que echaba a perder rápidamente, porque tras un par de intentos nada de lo que escribía me parecía ni lindo, ni congruente y por si fuera poco mi letra, cuando no cuenta con auxilios electrónicos, es una maraña e indescifrable y retorcida que opaca cualquier rayo de luz que el texto pudiera tener. Los cuadernos, primero arrumbados en algún cajón, terminaban sirviendo para apuntar direcciones o recados hasta que se deshojaban cual sicomoros en otoño.

Con el descubrimiento de la computadora (para mi ocurrido siglos después de su invención), el problema de la ilegibilidad quedo solucionado, pero persistía el desencanto: casi nada de lo que escribí llego gustarme al releerlo luego de dos o tres días y termino arrugado en el cesto de basura ese que esta dibujado en la pantalla del escritorio de la PC

Internet no cambio mucho las cosas: Una noche inicie un blog y mantuve esa intención si acaso tres semanas. Algo pasaba conmigo, algo no me dejaba escribir, o, mejor dicho, algo me hacia arrepentirme de lo escrito, no reconocerlo, no reconocerme dentro de el. Era como leer las palabras de alguien mas, alguien que jamás terminaba de gustarme. Tras una breve lucha, dejaba de escribir y me rendía al silencio.

Anteayer pensaba en que fue lo que cambio. Me leo y siento que camino por lugares conocidos. Si bien sin arte ni talento, si bien nunca escribiré una novela ni nadie se interesara en publicar algo de lo escrito aquí; encuentro en las palabras pedacitos de las cosas que ocurren en esa parte del cerebro que frecuentemente confundo con el corazón. Me leo y me reconozco.

Y yendo al garete por el ciberespacio me encontré, mientras pensaba en el asunto, un poema de Alejandro Aura que me ha dado la respuesta:

Triste

No se puede escribir si se esta triste
el oficio se atasca, predomina la línea pedregosa
por la que no puede fluir ni una palabra cierta,
el paisaje es escombro de nombres sin sentido
y los ojos erráticos no se pueden fijar en cosa alguna,
transcurre un coche despacio por el siglo pasado de la ventana
y se lleva arrastrando la poca magia que la imaginación,
sirvienta remolona del deseo, estaba queriendo construir
y queda solo un tiradero de añicos vidriosos y salados,
no hay nada tan triste como un poeta triste
tratando de escribir su tristeza.


Por eso no me reconocía o lo que veía en mi no terminaba de gustarme: porque intentaba escribir estando triste.

Pero ya no lo estoy.

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